Y no querer salir.
sábado, 3 de septiembre de 2011
Laberinto de sueño.
Despierto.
Estoy de nuevo en la puerta del laberinto, del día a día.
Abro la puerta, pequeña, insignificante para el resto, nadie quiere que haga ruido.
Estoy dentro, no veo nada, después de disfrutar de un imponente sol durante algún tiempo, tengo que acostumbrarme a la oscuridad, aunque eso me cueste ás de lo que quisiera.
Huelo, noto el olor a asfalto, a humo, a rutina, el el día a día.
Ya veo mejor, busco una ventana, tengo la esperanza de que mi vista apunet al mar, pero solo encuentro muros que llegan hasta el techo.
hay techo, no puedo mirar al cielo.
Me pongo a andar en el bosque de hormigón.
Recorro el mismo camino una y otra vez.
Algo falla, seguro que he dejado algo atrás y no me he querido dar cuenta, que típico.
Llego a una sala común, y debo ser diferente, porque en lo común no encuentro a nadie para compartir mis laberintos.
La sala se desfigura en cinco caminos y una puerta.
Evidentemente, me dirijo a la puerta.
Evidentemente, está cerrada.
Escojo un camino al azar; siempre he creído en una suerte ya echada, pero al fin y al cabo, suerte.
Mi vista se pierde en el horizonte que escudriño al final de un camino totalmente recto, liso.
Doy media vuelta, este camino no es para mí, no pertenece a mi concepto metafísico y humano de realidad.
Me adentro en otro, tampoco es el mío, otra etapa de mi vida desperdiciada, pero de la que algo aprenderé.
Tras probar en cuatro caminos que me llevaban a ninguna parte, comienzo a andar por el quinto y último.
Oscuro, desnivelado, roto, estrecho, húmedo.
Corro.
Me echo a correr como si no hubiera mañana.
Me caigo, me despellejo la carne de mis rodillas desnudas, de mis manos abiertas. Alguien me ha puesto la zancadilla, de nuevo, que típico. Uno, o una más.
Sigo corriendo, cojeando, necesito apoyo. ¿Hay alguien ahí?.
Estoy sangrando, tengo frío, incluso algo de miedo, y una extraña sensación en el estómago, y una sonrisa muy rara.
Me choco de lleno dontra una pared.
Caigo de nuevo al suelo, ésta vez, inherte. El golpe ha dolido demasiado.
Por la herida de mi cabeza empieza a brotar un río escarlata, impregnado de mis pensamientos, de mis ideas, de mis recuerdos, de mis aluciones y mis determinaciones.
Me levanto, aunque haya pasado años en un estado inconsciente y vegetativo, siempre vuelvo a levantarme.
Ya no corro, si tengo que llegar, llegaré cuando sea el momento.
Me acuerdo de una cita de Coelho: "Mientras tanto, si yo me esforzaba como me había esforzado, tal vez consiguiese un día entender que las personas siempre llegan a la hora exactas donde están siendo esperadas.".
De nuevo, qué sonrisa tan rara...me estará esperando...
Camino.
Camino y reviento.
Dónde está la salida...("estás asustado, tu vida va en ello...")
Joder, cuántas puertas he intentado abrir y todas cerradas, en qué mierda estoy metido.
Se abre una puerta ante mí, por fin ha cedido.
Parece una habitación muy confortable. Hay una mujer morena, hay cerveza fría, un tocadiscos y una cama. Creo que he encontrado mi sitio.
No, no, no, no. La habitación no tiene ventanas, la cerveza es Heifer, la mujer es morena y no hay tabaco ni vinilos.
Casi, suerte.
Sigo caminando, ya sin sonrisa. Cuándo me toca, cuándo me toca.
Caigo de rodillas, empiezo a vomitar.
Lo vomito todo, vomito en el camino.
Vomito lo malo de mi infancia, de la rebeldía de mi adolescencia, de i inquietante pre-madurez.
Vomito los márgenes de la sociedad insociable, vomito las puertas cerradas, vomito la cicatriz de mi cuello, vomito a los que me han hecho daño, y que el Señor les perdone, porque no saben lo que hacen.
Estoy vacío, creo que ahora puedo continuar.
Sigo.
Sumo y sigo, y veo rendijas de luz. Corro, nuevo, corro. He llegado.
Me estará esperando fuera.
Veré rostros desconocidos que conozco. Disfrutaré de cada instante como si fuera el primero y el último.
Giro el pomo, el aire me golpea la cara, me sangra, y me encanta.
Estoy fuera.
Cubro mis ojos ante ese imponente sol que tan familiar me resulta.
Pero...
Algo falla.
Caigo.
Me rompo.
No puede ser...estoy otra vez en la puerta del laberinto.
Laberinto del sueño, donde se pierden los demonios de la memoria.
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