Me aburren las risas absurdas, los absurdos pesares, el inocente victimismo de los doloridos, la magnificación de una tristeza incoherente.
Me duele haber vivido a oscuras, y encontrar una luz al final del final del camino.
Me produce cansancio el aburrimiento de los rostros infantiles, y desesperanza el miedo de las manos ancianas.
Me preocupa la saturación de gustos, la difícil elección entre las motivaciones preferentes para cada persona, en un mundo donde todo se consigue de manera muy sencilla, donde se aprende haciendo un clic, en un mundo donde el esfuerzo quedó enterrado en tiempos de guerra.
Me hiere la complejidad de las miradas, los mensajes inconscientes encerrados en cada palabra, las oraciones compuestas, compuestas de ignorancia.
Me producen náuseas los doctorados, los licenciados, la nobleza y los títulos, las etiquetas impuestas por manos férreas que se tambalean detrás de muros de oro, mientras los muros de barro se deshacen en débiles manos.
Me incomodan las Reales Academias, las Formaciones Profesionales, las Universidades de la alta alcurnia, las escuelas privatizadas y mercantilizadas, la educación vendida a los valores del mejor postor, mientras se deshecha la realidad diaria de mi barrio, del tuyo, del nuestro.
Me repugna saber que no se recompensan las historias que hay debajo de cada puente, detrás de cada cartón mojado, detrás de cada viaje y cada naufragio.
Me cansa tener que conectarme a un mundo paralelo para desconectar del mío, tener que navegar y caer en esa red para conocer a alguien que no encontrarás nunca, para confiar en la total desconfianza de una foto digital, para llegar a apreciar a alguien que ni si quiera has escuchado, pero como Dios, deseas creer que está ahí, y que es lo que quieres, que es como tu quieres, como tú necesitas.
Me olvido de acordarme de olvidar los recuerdos que me sobran, de los abrazos que me faltan, del roce de los cuerpos desnudos, del sudor frío recorriendo la piel mientras alcanzo la cima, de la importancia que abraza la sencillez de unos labios de mujer, de compartir el olvido.
Sin embargo, y a pesar de todo, me agradan los pequeños gestos de la ironía humana, la bondad innata de la gente ajena a las ciudades, las creencias, las firmes convicciones, el esperanzador temor a la muerte.
Me ilusiona la inocencia de la maldad de un niño, el temor a la primera relación, las ansias del primer orgasmo compartido.
Me alegra la ropa mojada en los días de lluvia, el olor a mujer al empezar el día, el lado frío de la almohada.
Me hace feliz oír las risas en los parques, ver manos entrelazadas, admirar al Sol, esperando cada mañana, hasta que aprenda a recordar cómo se olvida.
Bienvenid@.
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