Y no querer salir.
![Y no querer salir.](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcI1Cj9fBAd_F3766cmQbchBFOwCJae_sbv4UDyTDElppRvlaUyZttO7L9NmnlDDBa8EZcFYthrq2E7o_5gAPTBs441-w5WiuWfGycSe1kmVzC1sRa5gZc-qnIqXG65xDbfPHPNoGyYB4/s728/image.jpg)
"Parado frente al mar, mientras el mundo gira."
martes, 30 de agosto de 2011
El adoquín de cada mes.
Se puso una camiseta, la primera que encontró, y cerró la puerta por fuera, procurando no hacer caso a los gritos de la habitación de al lado.
Dobló la esquina de su calle, y salió a una gran avenida alumbrada por farolas de luz tenue, que daban un toque opaco a las aceras, llenas de pisadas.
No es la primera vez que recorría ese camino, ni la primera vez que lo hacía para llegar al mismo lugar.
Por lo menos, una vez al mes, necesita realizar ese camino, sentarse en el mismo adoquín.
Caminó durante unos minutos que se hicieron horas, su cabeza estaba demasiado ocupada como para mandar a las piernas las acciones de ir más rápido, hasta llegar hasta casi el final de Cesáreo Alierta.
Decidió meterse por las callejuelas en las que duermen las malas lenguas y los estómagos vacíos, solo para impregnarse del aroma a frustración, y no sentirse tan abandonado.
Al fin pudo observar, sin apretar los ojos, su destino.
Llegó a la esquina del Parque de la Granja, y justo al lado, estaba su rincón preferido, demasiado visible para que nadie quisiera buscar un refugio.
Cruzó por una calzada, sin mirar, se fiaba del sentido del oído, y cruzó otra más; al fin llegó: su plaza, acorralada por dos vías de doble sentido, inundadas de metal, goma, y olor a gasolina.
Caminó lentamente por la plaza, y llegó al final, justo debajo de una fuente por la que corría un tímido brote de agua, constante, contaminado.
Se sentó, y dejó pasar unos segundos hasta preguntarse cuál era la razón, ésta vez, de encontrarse ahí.
Era su sitio, suyo y de nadie más, su rincón, su refugio, su cuarto sin ventanas.
¿Por qué le gustaba ese sitio? Porque, delante suyo, terminaba Zaragoza. Porque delante suyo, más allá del Pabellón Príncipe Felipe, la carretera se separaba en dos: una, a Madrid, otra, a Barcelona.
Qué curioso, a la derecha, en Madrid, su pasado, aquello (y aquella) que le persigue.
A la izquierda, en Barcelona, quién sabe, si su futuro, le encantaría...
Fallan las farolas, y sigue escuchandose el mismo estruendo de motores al son de los semáforos. Pero se está haciendo tarde, y pronto no habrá nadie que le molesté, y volverá a ser como los otros días, en el mismo sitio, a la misma hora.
A las 00:13, todo está en calma, las farolas siguen con su particular tintineo, los semáforos alumbran con un baile de luces, y los coches descansan, a unos kilómetros de allí, pasando de largo ésta ciudad.
Se siente bien, ya no le preocupa el motivo que le ha llevado hasta ese lugar, el lugar de siempre, cuando hay motivos.
A veces, saca sus auriculares, se tumba, y deja correr las horas charlando con la música. Otras veces, hay silencio. Y ese es el momento por el que está ahí. Lejos de todo, lejos de las realidades ajenas, inmerso en la fantasía propia. Delante el pasado, el futuro, bajo los pies, el presente, y en todo lo que le rodea, el silencio.
Vuelve, ya es tarde, alguien estará preocupado por él, quizás.
Esta vez regresa por el camino marcado por las luces, no quiere más frustraciones por hoy, se ahoga.
Volviendo sobre sus pasos, piensa poco a poco, y todo vuelve a ser igual, todo vuelve a tener el mismo olor.
El silencio de aquellas horas se había encargado de hacer que sus recuerdos se diluyeran en el tiempo.
Ahora, vuelve, y está agotado de compartir el tiempo consigo mismo.
Alea
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guau..
ResponderEliminarsi?jaja, nunca había utilizado la tercera persona para contar una historia. Es interesante esto del blog..jaja
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