He aprendido de los errores que he cometido, marcados con ígneo hierro en cada una de mis venas, recordandome las heridas que no he querido dejar cicatrizar.
Tras muchos años de aciaga vida, he conseguido salir del caos, después de haber visitado el exilio, sin apenas recordar el camino andado.
Ignoré voces hermanas que me advertían y aconsejaban, y también desmentí las voces de extraños que me guiaban por veredas estrechas y oscuras, donde la ociosidad dejaba huellas al andar.
Busqué la perfecta bajada de telón durante tantos años, que me acabé olvidando del transcurso de mi vida, como si se tratara de una obra de teatro barata, interpretada por actores frustados que no consiguieron más papel que en un anuncio publicitario de pastillas contra el ardor de estómago, dirigida por un guionista bipolar, manejando nuestros roles como si de marionetas paralíticas se tratara.
Sueño con acero ensangrentado, y veo mi alma reflejada en un charco de hiel, rompiendo mis pasos el silencio de una noche de color púrpura. El mar se encarga de la música de fondo, las olas también rompen mi cuerpo en la arena.
Me pongo a pensar en las cosas que he perdido, en los amigos que se han quedado, en los amigos que no vendrán; pienso en las mujeres a las que les he entregado mi alma, y la han deshechado, y se han reído, y me han engañado. Pienso en las personas que han aparecido en mi vida por una razón, y lo único que han conseguido es acabar con mi paciencia. Pienso en los paseos a solas conmigo mismo, sin querer hablar con nadie, sin poder hablar con nadie.
También pienso en el futuro, a menudo de hecho, y me pongo triste, y me enfado, y me revienta la rabia por dentro.
Sueño con habitaciones sin ventanas, con rostros pálidos manchados de tristeza, con sombras que no quiero recordar. Con casas vacías y trasteros repletos, con rincones de voces donde nadie sonríe.
Puedo pasarme todo el día contando las deudas que he pagado, los pagarés que he extendido a manos amigas que rompieron mis brazos, quilates de confianza invertidos en alguien que acabo invirtiendo el sentido de mi situación.
Podríais borrar mi vida del pasado, sin que quedara nada, y nadie, de puertas a fuera de la lealtad de mi sangre, se daría cuenta pasada una semana.
No se puede volver atrás, la vida nos empuja, nos acorrala, nos folla soplándonos en la nuca, nos presiona, y no podemos abrir la puta boca, salvo para gritar.
Pero a pesar de ello, sabed que, hasta el momento, jamás me he rendido, que siempre he sacado el lado positivo de los golpes, que siempre he procurado levantarme en cuanto mis dientes tocaban el suelo, de rodillas otra vez.
La banca se ha quedado con todas las apuestas, hay que empezar de cero.
Sueño que nunca mas vuelvo a ver el sol como aquél día, que nunca vuelvo a ver amanecer, que mi cuerpo no vuelve a entrar en éxtasis con solo levantar la cabeza y mirar esa enorme luz roja naciendo de la tierra, depurando todo lo que aconteció hasta la noche anterior cuando cayeron estrellas...
Me rindo...
Rendirse...¿antes muerto? yo ya estoy muerto, y tú ya estás muerto, ya estáis muertos.
Toca echarse a correr atravesando puertas, echarse a correr pisando charcos, saltando muros, me toca echarme a correr para desplegar las alas y coger vuelo, no hay gloria sin dolor tras la tormenta.
Hay veces que me sobran las razones para hundirme, que me faltan los motivos para respirar.
Puede que la temprana visión lineal de la imagen de la insatisfacción propia sea una de las causas.
Sueño en blanco y negro, con personas cuyo nombre conozco pero su cara me es imposible de recordar, con canciones que no hacen daño, interpretadas por extrañas fuerzas que provocan sudor frío.
Vivir en un circo y dormir en la jaula de los leones no acaba siendo muy productivo para el crecimiento personal.
A veces me siento el homónimo masculino de Alice Gould en Los renglones torcidos de Dios. Manejo con mis propias manos una locura infundamentada para poder pertenecer al mundo enfermo de los demás, resultando yo el más incapacitado de todos.
El color amarillento de mis dedos se extiende poco a poco por todo el cuerpo, y los huecos en el alma se ensanchan a medida que el calendario retrocede.
Temo quedarme vacío, pero más temo el llenarme de trivialidades y sin sentidos.
Solo dime que vaya.
Sueño con mi cuerpo sometido a la ingravidez en la caída más brutal que nunca nadie haya experimentado, abriendo el pecho para respirar el irreparable golpe.
Sueño con cerrar los ojos y dormir tranquilo, y al levantarme, haber cambiado todo de color, y comenzar de nuevo.
Recuerdame como fuí, con mis luces y sombras, con mi sonrisa gris y mis ojos tristes.
Recuerdame aunque no me dieras la oportunidad de hacerme un hueco en tí.
Recuerdame aunque te olvides de mi cara y de mis manos.
Y recuerda, que aunque tu mundo se viniera abajo, yo podría haber sido el Titán que sostuviera tu esperanza.
Y volaré sin futuro ni pasado, envuelto en el vapor de las nubes.
Sin sentir el vacío de las entrañas, sin sentir el miedo en cada golpe de reloj.
Las despedidas huelen a humedad, a manos agrietadas, a labios cortados.
Para terminar, hay que regresar al principio.
No me gusta vivir en la ciudad, me recuerda que estamos hechos de vacío.
Ya no recuerdo cómo se escucha el silencio en las tardes de domingo.
Ya no recuerdo cómo se oye mi voz desde fuera.
Apenas consigo acordarme de las caras.
Supongo que estoy más acostumbrado a las despedidas, al reverso de las manos, al ruido de las puertas de madera.
Supongo que antes de oír esas puertas, debí abrir una ventana, y saltar.
Pero supongo que nunca me gustaron las alturas, nunca las temí, he aprendido a no temer nada, pero no me gustan, estoy demasiado habituado a experimentar las caídas y no soy un as encajando golpes.
Los golpes me dejan marca, y me cortan.
Las cicatrices son mas fuertes que la piel, me recuerdan que algo ha ido mal, por eso estoy lleno de heridas, que aún, no quiero dejar cicatrizar.
Quizás por eso ya no miro al cielo.
Llevo años con los ojos apuntando al suelo cuando camino, soy ciego, sigo tropezando.
Adoro el invierno, encerrado, las mentiras no tienen sitio en mi casa, esté donde esté.
Adoro el invierno, encerrado, tengo excusas para que me falte calor.
Adoro el invierno, encerrado, me quema la vida en las manos.
Odio el invierno, encerrado, no quedan sitios donde huir.
Odio el invierno, encerrado, tengo demasiado frío.
Polvo en el viento, todo lo que somos es simple polvo en el viento...